Núria Escur
La escritora,
referente de la alta burguesía de Barcelona,
ha publicado la que será su última obra.
por Núria Escur

 

Transcripción

La Vanguardia, lunes 23 de septiembre de 2013

Esta serie nació como un reconocimiento a nuestros mayores. A ellos y a esos valores que les son tan propios y que en nuestra sociedad de la inmediatez, a menudo, se han aparcado injustamente cuando no sepultado. A saber: la paciencia, la sencillez, la resiliencia, el sacrificio, la fe, el rigor. Pero vaya también desde aquí un homenaje a aquellos de nuestros mayores que, sin poder llevar una vida activa demasiado intensa- como la que hemos visto en estos episodios-, siguen siendo esenciales y cuya presencia es importante en una familia por algo muy elemental: el ejemplo. No hace falta correr maratones para ello, no hace falta llevar una actividad frenética. Basta con su presencia -aunque a veces esté mermada por las enfermedades- porque su actitud es lo que legan a sus descendientes.

Uno de esos casos podría ilustrarlo la escritora Mercedes Salisachs que, a pesar de sufrir ELA, logró hace pocos meses terminar su última novela gracias a la colaboración de su nieta Alejandra Soler-Roig Juncadella, que transcribió pacientemente sus textos y con la que convive desde hace años. “No conozco a nadie más valiente que mi abuela. Ya no puede mover más que los ojos y la boca, pero da igual: me ha transmitido su arraigada fe, su serenidad, su fortaleza interna. Es edificante”, explica Alejandra, que inicia su mañana leyéndole dos o tres periódicos y unos párrafos de Pacto de sangre, de Sánchez-Dragó.

Nacida en Barcelona en 1916 (el pasado día 18 cumplió 97 años, y Alejandra le regaló un perfume “porque sigue intacto su sentido de la estética”), Mercedes Salisachs Roviralta se inició como escritora con Primera mañana, última mañana. Tenía 39 años y la firmó bajo el seudónimo de María Ecín. A partir de entonces publicaría con éxito, siempre en castellano, títulos como Una mujer llega al pueblo (premio Ciudad de Barcelona de 1956), La estación de las hojas amarillas o La gangrena (premio Planeta 1975).

En esa habitación, rodeada de almohadas y cuadrantes blancos –ha estrenado un último perfume, elaborado con flores blancas, Blanche, aunque su preferido es Sa Majesté la Rose- despachan el correo juntas, explica Alejandra. “Ella recibe cartas a diario y correos electrónicos de sus lectores y le gusta atender y contestar personalmente a cada uno”. Tiene tres o cuatro máquinas Olivetti, jamás quiso escribir con ordenador. “Mi abuela es la persona más inquieta del mundo, sólo tiene paciencia para una sola cosa: escribir. Y a eso le echa las horas que hagan falta”. Su habilidad para recrear el mundo de la alta burguesía le valió la categoría de gran dama de las letras españolas, aunque su familia nunca le perdonó que fuera escritora.

Hoy está considerada una de las escritoras en activo más longevas del mundo. No dudó de su vocación ni cuando hace cuatro años le diagnosticaron una enfermedad degenerativa como el ELA.

“A veces me dice: cada noche escribo en mi cabeza. Me despierto a las tres o a las cuatro y me quedo con mi pensamiento. Salen relatos fantásticos”, explica su nieta. Uno de ellos fue El caudal de las noches vacías (Ed. Martínez Roca) su última novela, historia de amor y desamor entre Guillermo, joven sacerdote con dudas espirituales, y Lidia, madre divorciada con un hijo adolescente a su cargo.

Su enfermedad la iba inmovilizando progresivamente, pero logró terminar la novela a pesar de las dificultades. “Empecé a escribirla cuando todavía tenía movilidad en mi mano derecha. La izquierda ya hacía tres años que la había perdido. Entonces dedicaba varias horas de la mañana a escribir a máquina y parte de la tarde corrigiendo. Dejé reposar la novela. Cuando quise volver a sentarme delante de la máquina para reanudarla, mis dedos ya no tenían fuerza”. Decisión: la terminaría a mano.

A su nieta Alejandra, a la que llama Rotita, le dedica el libro. Rotita, a veces, se pone a los pies de su cama y le susurra canciones de los años cincuenta. Estudió interpretación y canto y adora esos momentos en que juntas se ponen a musitar flojito Mona Lisa de Nat King Cole. “A pesar de la enfermedad, ella no ha perdido el gusto por la estética y la armonía. Me hadado una lección, me enseñó a pensar y a saber que todo lo que hacemos o no hacemos, tiene siempre sus consecuencias. Ha sido mi despertador de la conciencia”.

Tuvo suerte con la ayuda de esa nieta cuando, dice la escritora, su caligrafía era ya un jeroglífico. “Los últimos meses trabajé contra reloj mañana y tarde. Corregía hasta muy entrada la noche, a veces incluso desde la cama, porque notaba que se me acababa la cuerda de la mano. Por desgracias así fue: a las pocas semanas de terminar la novela, mi mano dijo basta”. Ahora su inspiración puede visitarla a media noche cuando le pide a Rocío, una de sus asistentas, que le suba la sábana: “Estaba con una historia, volando...”. Pide que nadie se deje vencer. “Si alguien tiene una verdadera inquietud literaria, que persista en la escritura. Ármense de paciencia y no dejen que los achaques físicos les aparten de su vocación”. Y eso lo dice una persona que precisa atención 24 horas al día y vive postrada en una cama desde hace años.

Cuando se está en el último trayecto, ¿qué es lo más importante de la existencia?, le preguntamos un día para La Vanguardia. “Lo esencial, para vivir en paz, es actuar de acuerdo a nuestra conciencia. De ahí la importancia de formarla desde muy pequeños. A todos nos cuesta acordarnos de que nuestro paso por este mundo, por muy largo que sea, es siempre muy breve. Y también nos cuesta recordar que todo lo que hacemos o dejamos de hacer, al final, influye tanto en nosotros como en nuestro entorno, en los nuestros”.

Mercedes Salisachs no ha sido un personaje fácil. Poco dada a las concesiones y rigurosa con el protocolo, proporcionó a quienes la rodeaban en cenas y celebraciones no pocas anécdotas. De aquellos primeros años en que escribió Primera mañana, última mañana, dice añorar algunas cosas. “De mis inicios como escritora no añoro nada porque existía la censura. Pero como persona, sí echo de menos cierto orden cívico, una dosis de armonía estética y moral en el día a día, en lo cotidiano. Algo que ahora resulta cada vez más difícil de encontrar”.

Hija de Pedro Salisachs Jané, gran industrial catalán, Mercedes se casó en 1935 con otro importante industrial de la casa Burés. Con él tuvo 5 hijos. Las exitosas historias de su prolífica producción literaria la convirtieron en referente de cierta clase social. Ha dado conferencias y participado en congresos en todo el mundo y ahora, al fin del trayecto, ya cansada, todo lo atesorado está llegando a jóvenes generaciones como la que representa su nieta Alejandra.

 

Núria Escur